Continuamos publicando los textos creados para el Facebook del CEIP AGACHE. Recuerden que pueden seguir enviándolos durante toda esta semana.
Recordamos que son suficientes veinte o treinta renglones y el tema es completamente libre, aunque sólo valen poemas o historias originales, no copiadas de otros autores. Pueden acompañarlo de la imagen que deseen como ilustración y enviarlo "por lo privado" al Facebook, o bien al correo del colegio: 38010554@gobiernodecanarias.org.
Gracias a tod@s por participar. Seguiremos disfrutando con la lectura de nuestras creaciones compartidas.
Alicia Beatriz Mujica Dorta
“LATA DE ACEITE”
La sombra de una mujer espera engoruñada y con mirada de horizonte observa la mar en la Punta de Abona. El viento barre el Lomo Montijo, pelado y seco, y le susurra rumores en la puerta de su cueva. Tres hijos, leña y fuente en el monte, papas que sembrar mañana en las huertas de Magdalena, fatiga, tomateros en Chimaje, garganta seca, cala de noche, lucha y no llora nunca. No llegan cartas de Cuba hace tiempo. Pasa un guirre y ella escupe soledad. Un sonido de pasos sobre la cueva empieza a alimentar su extrañeza, caen las toscas, una y otra vez. Se asoma y no hay nada ni nadie. Le dicen que hable con el cura de Fasnia que le da un consejo de almas. Ella encara al miedo, y el misterio le pide pagar una lata de aceite a la Virgen de Abona. Al tiempo, un compañero llega de Cuba con malas noticias, y le cuenta como primicia que su amor se quedó allí, en tierras caribeñas, sin vida, pero queriéndola mucho. Le dice que le envió un encargo de pagar una lata de aceite como promesa, por aquellas fechas en las que se enteró de que uno de sus hijos estaba enfermo. Ella subió la seda respirando lentamente y cubrió su cabeza con el pañuelo negro de luto que llevaba hace meses, le cogió la mano al amigo y, apretándola, entre susurros le dijo –ya lo supe, ya lo supe hace tiempo… y ya la pagué, muchas gracias compadre.
Cuentan que esta historia ocurrió en cuevas de Lomo Montijo, sobre 1915.
María José Frías Bermúdez
"DESARMANDO EL AMOR"
Dijiste que la amabas.
¿Y no será, quizá, que te aterraba dejar al descubierto el Vacío que ella llenaba en tu "alma"?
Dijiste que la querías, mas tal vez te quedaste colgando de las expectativas que te creaste sobre ella, pero sin contar con ella.
No sabes realmente qué hirió su corazón de muerte. Si fue que le cortaras las alas, no dejando que se expresara sino a través de tu mirada...
Puede que no encajara, que tú no le celaras como ella a ti, o que no comprendieras que no te quería compartir.
Y eso, es más miedo.
Los celos son terror a la pérdida (como si se pudiera perder lo que no se "posee").
Pasó el tiempo e hiciste un proyecto de futuro que hoy se derrumbó de golpe.
¡Llora en este momento!
Te duele, y ese Vacío insondable, da vértigo.
Pero no es eso lo que te hace huir.
El Vacío siempre estuvo y siempre estará.
Es lo que somos,
Es allí a donde pertenecemos.
Ámala ahora, en este punto, donde empiezas a comprender que no puedes perderla porque nunca fue tuya.
Deja que se exprese a través de las mil caras de la Vida.
Sabrás reconocer su impronta en cada experiencia, porque ella está en ti, y en todo lo que ves cada día. Es la forma que tiene el Vacío de manifestarse en tu presente. Estuvo ahí, mientras él consideró y la puso para ti, y a ti para ella. Ahora, tú eres la respuesta a la experiencia que planteó el insondable y profundo abismo que nos contiene.
¿Y dónde quedó el amor? No era más que fachada, mascarada difusa con un propósito incógnito para nosotros...
Jesús Escudero
"ÉRASE UNA VEZ"
Leo había olvidado el sendero que debía llevarlo de vuelta a la biblioteca del colegio. Hacía mucho que no recorría aquel camino y dejó caer su saco, repleto de libros, sobre el costado de una roca que había al margen de la angosta vereda.
- ¡Qué fastidio! –se dijo– ¿será por aquí… o por aquí? –musitó mientras se rascaba las peludas orejas y ponía una mano, a modo de visera, sobre sus duendiles ojillos.
De puntillas, intentó atisbar una pista de lo que el retorcido sendero le aguardaba al otro lado de un muro alto que había en la parte alta. Aquello no le sonaba lo más mínimo, no le era familiar. Miró hacia el saco con compulsiva obsesión, se acercó para colocarlo en diversas posiciones, exhaló con un suspiro prolongado y echó una pequeña y teatral carrerilla hacia la otra punta del camino. Que no, que por allí había venido antes y tampoco le sonaba de nada. De nada en absoluto, qué desastre.
- Si ya me lo decía mi tía Lucinda –se dijo en voz alta–, que soy un “desastre con patas”, que no pierdo las orejas porque me nacen de la cabeza… ¡de mi cabeza hueca de chorlito! –dijo, mientras pegaba una patada a unas piedrecillas del camino.
De repente sus ojillos se iluminaron. Las piedras rodando le habían recordado algunos detalles de otros viajes anteriores, o eso creía él.
Como solía pasarle, su mirada se quedó prendida en el vacío, allá, nadando sobre el lejano horizonte y recuperando sus recuerdos, que se hallaban colgados, de manera desordenada, en el interior de su cabeza sobrepoblada, como una biblioteca tras el paso de un huracán.
Leo dibujó entonces una sonrisa amplia, eufórica, en su rostro. Su cuerpo se tensó y, con un grito triunfal, comenzó a correr cuesta arriba, recordando cuál era la dirección adecuada. Siempre arriba, siempre arriba, sigue el sendero sin desviarte de los cuatro elementos; entonces, da veinte pasos a la derecha… ¡no, no, veintitrés! Despuéeeeeees, giras sobre ti mismo y entonas una canción estúpida que disipe todas tus dudas y, y… ¿cómo era? Sí, sí, deslizas tus dedillos en el interior del saquito que llevas colgado al costado, viertes una buena cantidad de polvo de hadas sobre tus manos, lo soplas alto y fuerte y… ¡voilà!
- Sí, sí, ya está –se dijo Leo, hablando, como siempre, en voz alta– ¡Oooooh, no, estúpido, idiota duende, cabeza de alcornoque, has olvidado de nuevo el saco en la misma roca!
Leo retrocedió sobre sus pasos y suspiró aliviado al ver su precioso saco allí, justo donde lo había dejado.
- ¡Uff, menos mal!, no sé qué sería de mí sin mi saco. En él guardo mi libro de cuentos, que cada día se hace más y más gordo, ¡como mi tía Lucinda! –y lanzó una sonora carcajada, provocada por su propio chiste.
Pero Leo obviaba que en su saco también se alojaban risas de niños, orejas atentas, hombros tensados por la emoción de las historias de intriga, besos de enamorados, lágrimas de felicidad y alguna de pena; pero de estas últimas no muchas, por favor.
El duende cargó el saco a sus espaldas y repitió la fórmula. Delante de su calzado de viaje, apareció, por arte de magia, un hueco con escaleras descendentes que le llevaría a su ansiado hogar: la biblioteca de su colegio preferido.
Leo encendió un quinqué, sujetándolo por el asa, que trazaba un precioso dibujo de hermosas filigranas artesanales. El quinqué estaba justo en el rincón que tenía preparado para aquellas ocasiones y así iluminó sus pasos por el pasadizo secreto. El entorno guardaba la humedad normal de una cavidad subterránea, pero también los susurros de todos los personajes que habían impregnado las paredes en contaminación por tantos relatos contados en aquellas tierras hermosas.
Al final del pasadizo, Leo se encontró con una puerta de madera sólida, sobre la que figuraban, en relieve, princesas valientes y príncipes enamorados, reyes alocados y reinas pacientes de amable sonrisa, duendes, hadas, trasgos, ondinas, sílfides, faunos y magos poderosos. También, si te fijabas bien, podías ver manzanos de manzanas de oro, lagunas de oscuras aguas, noches sin luna y sonidos que helaban la sangre.
Leo alzó su aguda voz con toda la seguridad que encontró en su aguerrido corazón y fue deshilando una canción repleta de magia, cargada con la sabiduría de sus ancestros:
“Érase una vez que se era,
un palacio de altas torres,
de ventanales acristalados,
de memoria desmemoriada.
Un profundo y bello bosque,
que esconde la llave mágica…
¡que ahora abrirá esta puerta!”
Y, pese a todo pronóstico de desastre, que solía ser lo habitual en los acontecimientos de Leo, la puerta dejó escapar un quejido lastimero y… se abrió.
Leo volvía a estar en su hogar. Tarareando y estornudando por el polvo acumulado, fue deshaciendo el equipaje y colocó en un lugar de honor su libro de cuentos. Su libro llevaba tiempo dormido, recogiendo los miles de cuentos que Leo había escrito, con tinta y pluma mágicas por supuesto, y que ahora reposaban entre sus cálidas páginas.
Los secretos de un duende de tanta edad eran muchos e insondables. Cada cierto tiempo, Leo notaba que el libro le pesaba más de lo normal. Era entonces cuando necesitaba volver a su hogar y que todo su ser descansara junto a la magia de todos los libros de su hogar.
Leo tenía muchos secretos, pero también un corazón alegre, alimentado por la risa de los niños, por sus ojos abiertos de par en par y sus deditos pasando las páginas de un libro con ansia. Los niños sabían que, ocultos entre las páginas de aquellos libros que Leo les prestaba, estaban todos esos personajes mágicos, todas esas historias que creaban la mejor de las películas proyectada en la pantalla de mayor calidad, su imaginación.
Era hora de descansar, Leo lo notaba. Sus huesos, fuertes como raíces, le pedían una tregua de tanto viaje, caminata y despiste. Leo se comió con avidez un pequeño pastelillo de chocolate de su tía Lucinda, con una tacita de leche de cabra con café y escaló hasta los libros más altos para acomodarse lo mejor posible. Los libros de poesía eran sus preferidos para descansar, sentía que los versos eran como mullidos cojines que le proporcionaban un descanso reparador y sueños llenos de luz.
Y allí lo podemos encontrar siempre que lo necesitemos, atareado con todo el trabajo que exigen los libros para que éstos lleguen a los niños alegres y risueños, que él tanto quiere.
Si escuchamos muy atentamente, si guardamos silencio hasta que sólo podamos escuchar nuestro corazón latiendo fuerte, sin duda podremos escuchar a Leo dándonos la bienvenida con las palabras que más ama en este mundo…
Criisty Marrero
"COMO TÚ NINGUNA"
Un día comprendes ciertas actitudes de las personas. ¿Por qué existen personas que a pesar de todo siempre están a nuestro lado? ¿Por qué existen personas que a pesar de conocer tus peores miedos, o incluso tus “demonios” nunca se separan de ti? Tal vez leas esto y estés pensando en alguien concreto, yo a esta persona tan importante de mi vida la llamaré "P".
Esta persona me conoce incluso antes de yo conocerla, es cariñosa, siempre está dispuesta a estar a tu lado y decirte las cosas incluso las que no quieres escuchar, ella es paciente, a veces un poco pesada, pero siempre con una sonrisa en la cara. Ella es una persona trabajadora, siempre te da lo que necesites aunque le cueste muchas horas conseguirlo, ella es así de servicial.
Puede que en lo que te haya descrito de ella, dé el perfil de la persona que tienes en la mente, pero debo admitir que como ella no hay ninguna.
"P" es como ya dije un poco estresante, tiene sus defectos, no es una persona perfecta, pero debo admitir que para mi mundo es perfecta, aunque nunca se lo haya dicho. Recibe los besos y los abrazos mejor que nadie, y te los da, como solo una persona especial sabe dar.
Dentro de algunos de sus defectos es la insistencia en saber qué te pasa, ella lo hace con todo el amor del mundo, pero muchas veces, tantas preguntas llegan a sacarte de quicio, aunque yo sé que no lo hace por maldad.
Ella me conoce mejor que nadie, con solo una mirada puede transmitirte cariño, enfado o preocupación, con una sonrisa puede despejar todas tus dudas.
Puede que te estés haciendo una idea de quién puede ser, para otras personas tienen muchos nombres o derivados. Yo la llamo: MAMÁ.
Soraya Rodriguez Lorenzo
“EL INÚTIL DISCURSO DE LA EXPERIENCIA”
No sé cómo ocurrió, pero lo cierto es que, de repente, me vi al volante de un utilitario alquilado, intentando convencer a la joven hija de mi compañera de que el futuro está en sus manos, que el tiempo pasa volando, que las oportunidades se presentan y, si no se aprovechan sobre la marcha, se van y casi nunca regresan…Ella me miraba con esa cara que tiene la gente joven, mezcla de “eso ya me lo han dicho muchas veces, corta el rollo” y “yaaaaa, pero es que hoy dan la de Mario Casas por la tele…”. Y era encantador contemplar esa inocencia y esas ganas de vivir, al tiempo que era muy frustrante saber que por más que me empeñara, sólo lo iba a entender cuando lo experimentara, cuando llegaran los logros, los fracasos, los desengaños, el límite de lo alcanzable…cuando se viera en aquél mismo semáforo en rojo en que estábamos paradas, veinte años más tarde, haciéndose las mismas preguntas que yo en aquel instante; “¿dónde se me fue el tiempo?, ¿cómo volaron así veinte años?...pero ¡si me parezco con mi madre!. A ver, ¿cómo se lo digo para no parecer mayor?…si es que, hace nada, yo estaba ahí mismo, escuchando esa misma perorata”. Me devanaba los sesos para encontrar un discurso que no pareciera provenir de la Señorita Rottenmaier, que pareciera cercano, que me pudiera entender, pero no me salían más que las mismas palabras, la misma cantaleta que yo sé, por experiencia, que entra por un oído y sale por el otro, sin calar en ningún sitio: “es que las cosas cuesta mucho alcanzarlas y a nosotras nadie nos va a regalar nada, porque nosotras no somos niñas de papá”.
¡Ay Señor!…está comprobado, soy una señora dando consejos a una chica que está empezando a vivir…¡y con el mismo repertorio y la misma eficacia!. Y es que, si alguna vez la experiencia del prójimo “carca” lograra calar en una mente joven, cuánto camino habríamos recorrido y, al mismo tiempo, cuanta frescura y vitalidad quedaría tristemente guardada en el cajón del miedo y la rutina...Pero,¡ ¿cómo hemos llegado hasta aquí?!. Y es que, no sólo me encontraba en ese tramo de la vida en el que empezaba a vislumbrar más cerca la meta que la salida, sino que además, ¡estaba llegando a mi casa cuando, en realidad, iba de camino al curro!
Josué Rodríguez
"LOS FILIBUSTEROS DE DON MARCIAL"
Al viejo Marcial lo había traído el mar. Entró por las pequeñas caletas donde suelen fondear los que se dedican al estraperlo. Nadie supo nunca de qué huía, pero lo cierto, es que una noche se bajó de la barcaza, y aquí se quedó, como podía haberlo hecho en cualquier otra cala de esta isla o en cualquier otra playa de las vecinas tierras moras.
Los paisanos de estos lomos blancos y pelados, sencillos pero recelosos hasta la médula, le habían consentido después de algunos años, ser un pobre diablo como el resto, tolerándole sin más, sin preguntas innecesarias ni respuestas claras por su parte. Sólo una vez, el viejo Marcial habló con franco sentimiento de su autoimpuesto exilio, y por lo visto, según farfullaban algunos, su llegada había sido el resultado de un malogrado lance amoroso, que le costó varios otoños de agrio desengaño, motivándole a dejar todo atrás. Nadie creía que fuera cierto, pero era suficiente para dejarle en paz.
Se dedicaba a pelear diariamente con su pedazo de tierra seca, intentando sacarle a golpe de azada, lo justo para ensuciar por dentro, el único caldero, que gastado, siempre estaba tiznado por fuera. Algunos vasos de vino, alguna partida de cartas. Nada más.
Lo encontrábamos, casi todas las tardes, calentando los pellejos con los últimos rayos de sol, sentado en la acera del caserón de los García, en la parte que miraba al suroeste, al abrigo de las brisas que bajaban frescas desde la cumbre.
Siempre estaba dispuesto a encandilarnos con algún cuento, alguna historia que nos transportaba a mares lejanos con pueblos maravillosos, o por lo menos, eso nos parecía a nosotros, que lo más lejano y maravilloso que podíamos haber visto en aquella época, era el muelle de Santa Cruz, o el pico del Teide, cubierto de nieve.
De las historias del viejo Marcial, surgieron los sobrenombres con los que imaginábamos y jugábamos nuestras propias aventuras de muchachos de pueblo. “Samson”, “Gramcin”, “Aglancín”, “Palote”, y el “Pequeño Jintino”. No recuerdo bien si habían sido feroces bucaneros, piratas, corsarios o filibusteros, pero si recuerdo perfectamente que “Samson” y “Gramcin”, éramos mi hermano Nicolás y yo mismo, los más valientes y fuertes. A Valentina le gustaba que la llamáramos “Aglancín”, se lo puso Don Marcial por ser la más bella dama de aquellos bravos mares. A Joaquín, el hermano de Valentina, le llamábamos “Palito”, por ser flaco y desgarbado como un palo, pero cuando vimos que le molestaba, le empezamos a llamar “Palote”, que le daba la sensación de ser más enérgico y vigoroso. El “Pequeño Jintino”, según Don Marcial, había sido un grumete muy joven y avispado, que encajaba con la personalidad y la edad de Mariano, el más pequeño de los cinco.
Llegó el día en que el viejo Don Marcial se marchó. Lo hizo por el mismo mar que lo trajo, embarcando por una de las caletas, que tiempo atrás, fuera fondeadero de estraperlistas. Los paisanos de los lomos blancos y pelados, en sus reuniones de bodega, entre “chochos” y vinos, no dejaron de especular sobre posibles deudas, ilegalidades, y demás fantasiosas razones, que habían llevado al viejo Marcial, a reemprender su huida. Nosotros, los filibusteros de Don Marcial, Samson, Gramcin, Aglancín Palote, y el Pequeño Jintino, sabíamos que nuestro viejo amigo, había vuelto tras un casi olvidado amor, que una vez, le hizo dejar todo atrás y pasar, ya demasiados otoños, de agrio desengaño.
Rosario Díaz Díaz
"SOLO QUEDAMOS CUATRO"
Solo quedamos cuatro.Tenemos las sonrisas sin dientes, las manos sarmentosas y el silencio cosido a dentelladas por la más negra y amarga soledad. Andamos con pasos inciertos, husmeando el rayito de sol entre bruma y ventolera. No nos queda camino por delante; todos los senderos quedaron atrás, llenos de malas hierbas, sombras fantasmales y remolinos de viento inmisericorde.
Siempre me gustó escribir y ahora, perdido el pulso y casi por entero la luz de un ojo, garabateo estas palabras en un papel, por si alguien algún día vuelve y lo descubre entre el polvo de mis huesos. Quiero contarle al que lo lea, que un día hubo vida en este lugar, que hubo latidos, llantos y risas en este pueblo, aunque ahora esté maldito y olvidado por Dios y por el Diablo. Donde solo queda abandono y silencio petrificado, vivió gente, con sus amores, sus alegrías y sus dolores. Antes de que se enseñoreara la nada, cuántas cosas teníamos y qué felices éramos...Contábamos varios cientos, pero todos se fueron marchando (cuando aún había carretera) . Por entonces todavía las montañas tenían faldas de bancales y las casas, aunque abandonadas en su mayoría, mantenían en pie la ilusión de que vivíamos en un pueblo. Incluso había niños y maestros que daban vida a la escuela. Ahora cuesta creerlo viendo ese montón de ruinas sobre la loma, pero si se mira con detenimiento, se verán los restos de pupitres e incluso se puede encontrar algún viejo libro, de aquellos que se ilustraban con imágenes felices y llenas de color.
Mucho antes se fue desmoronando la iglesia, piedra a piedra, pero ya no era necesaria; no quedaba ni un cristiano por aquí...Dejaron de oírse los pájaros, y los lagartos seguramente también buscaron refugio en otro lugar. Mostraron mayor entereza ante las adversidades mis gallinas y sobre todo mi gallo Lorenzo que mantuvo su viril gallardía hasta que ya las patas no lo sostuvieron ...Si Lorenzo hubiera sido un hombre, yo lo habría amado locamente.
Cuando nos habíamos acostumbrado al invierno perpetuo y aprendimos a protegernos de las grandes tormentas, ya estaba todo perdido. El lodo y las piedras que rodaban por los barrancos, junto a los enormes troncos de los pinos, habían inundado los lomos, sepultando la mayoría de las casas. Los supervivientes buscamos refugio en las cuevas y aprendimos a no sentir hambre, ni miedo ni frío.
Pero se hace duro esperar a la muerte, oyendo cada vez más cerca el rugido del mar. Hace años que las olas llegan muy por encima del viejo túnel del tren que recorría la costa de isla. Por el sur vimos caerse el puente de Herques y por el este se destruyó la vieja carretera que bajaba por la Ladera hasta el Valle. Alguien me contó que donde antes estaba Güímar, ahora habita el océano pero no sé si será cierto.
Solo sé que ahora somos cuatro y que nadie vendrá a llorarnos.
Andrea Santamaría Villena
“AGUA, SIGUE FLUYENDO”
Entre paredes de cemento frío,
que parece ser inofensivo,
me encuentro entre ríos
largos y coloridos.
No son ríos cualesquiera,
pues uno, si quisiera,
el azul de la mar océana
o el rojo de la furia más traicionera,
en un mismo río viera.
Tonos de soledad, de esperanza,
de enfado, de alegría,
de nerviosismo, de templanza,
de tristeza o de armonía.
El color de los ríos
de nuestra mirada depende,
pero no hay arcoíris más solemne
que el que en nuestras aulas,
en forma de caminos correntíos, te sorprende.
Dedicado a los maestros que ayudan a los ríos (los alumnos) a no salirse de su cauce y que aprecian su natural colorido, sacando su mejor partido. Dedicado, también, a “los ríos” que nos hacen fluir y navegar en sus aguas aventureras tratando de encontrar un equilibrio que nos lleve a buen puerto.
Carmen Cruz Gómez Reyes
“MI BISABUELO, ÚLTIMO Y PRIMERO…”
¡Ay, nuestros abuelos…! Si yo les contara… si yo les hablara de mi bisabuelo José…Él fue de “los primeros de San Antonio de Tejas” y de “los últimos de Filipinas”.
Nació en Tejas a mediados del siglo XIX. Sus padres, que vivían al pie del Barranco de Badajoz, dejaron su casita de piedra, para buscar fortuna en América, como tantos otros; pero no tuvieron suerte, al poco tiempo de llegar, murieron a consecuencia de una epidemia de malaria. Por fortuna, José sobrevivió. Era muy pequeño y fue adoptado por una familia del lugar. Sin embargo, creció soñando con la tierra de sus padres .Ellos habían sembrado en él, el deseo de regresar a la casita de Los Lomos, allá al pie del barranco.
Así que cuando cumplió 18 años ,José decidió embarcarse para venir a Tenerife.
Pero cuando puso el pie en el muelle de Santa Cruz, lo enrolaron a la fuerza, y otra vez a embarcarse. Esta vez a luchar para “defender las maltrechas colonias españolas”.
Contaba que lo pasó muy mal, pero logró regresar. Al fin, ya estaba en “su tierra”, la tierra de la que tanto oyó hablar con nostalgia a sus padres.
Quién le iba a decir a él, que era ahí donde iba a morir, 14 años después, recibiendo dos disparos por la espalda. Pero eso es tema para otra larga historia…
Así, tan trágicamente, acabó la vida de mi bisabuelo José, “primero de San Antonio de Tejas” y “último de Filipinas”.
David Torres Pérez
“COMO LA MAR “
Mar embravecida
que contra la costa arremetes,
eres reflejo de la vida
que muchas veces nos enloquece.
Caminamos junto al hermano sin conocernos a veces,
como tú das la mano al volcán que adormece.
Eres, mar, la vida de esta tierra que duerme,
y durmiendo yerra la esperanza de una sociedad que no siente.
Mar que con tu fuerza pules la roca indolente,
enséñanos tu firmeza para ayudar al inocente.
Tú eres océano inmenso ,maestro de los desanimados,
pues lejos del embeleso no cesas de impulsarnos.
Dios pensó en ti como agua que refresca,
también pensó en mí como hijo que aconseja.
Recuerda, mar, al maestro que la paciencia es la compañera,
para ser auténticos compañeros de las vidas que se nos encomiendan.
Es tu constancia mar eterna como la fe del que cree,
que no se rinde ante la pena y lucha por lo que siente.
Que la Escuela sea siempre igual que la mar que abraza,
a una costa muy diferente con la necesidad de amarla.
Carlos Rodríguez
"RIBERA"
Al ansia de la yema de los dedos,
los humores se evaporan;
descienden los azules al Sorolla
empapando el arrabal en algodones,
donde sean las rótulas del amante
rozadas por ser amado.
Fluctúa quien pronto abraza
con fonolitas en mil mimbres
por abajo, por arriba globular
y más allá la brisa alisa.
Y se siente el berbiquí con estampido
a través de las sienes en canícula,
al barajar pelvis que reciben trémulas,
hecho antes el calcañar esquirlas.
Siempre ambos secretan la premura
con la aurora de los selenitas. Al contrario,
dormitan cómplices en la espera,
si aparentan, frente a todos,
que uno sueña praderas de atún rojo
y el otro la quilla marchita.
Rosario Díaz Díaz
“CUANDO LA LUNA SE TIÑÓ DE ROJO”
Ver el mundo a través de unas rejas, no poder sentir el aire y el sol sobre la piel nunca más…Esto parecería una condena, si no hubiera sufrido en los últimos años un calvario tan atroz, si su alma no se hubiera acostumbrado al martirio cotidiano y a la desesperación sin límite. Ya sin lágrimas, lloraba en silencio la pérdida de su juventud y de su inocencia.
Esclava, bajo el nicab y la túnica negra, golpeada y despreciada, sentía la soledad como un refugio y un consuelo. Es posible tener hijos y seguir experimentando la soledad más absoluta. Ella había parido dos, engendrados bajo el terror y la violencia. Había sido sometida por la fuerza y toda su sangre se había convertido en bilis. Tuvo que aprender a morderse la lengua, a mirar al suelo y a ir siempre unos pasos detrás de él…
En momentos como aquellos, cuando conseguía estar sola, trataba desesperadamente de recuperar algo de su memoria trastornada pero apenas lograba asir algunos recuerdos confusos…fugaces escenas de otro tiempo. Escuchaba risas alegres en un patio de recreo, ecos de músicas, flashes de colores…y muy vagamente la voz de sus padres…Aquellos recuerdos eran como piezas de un puzle que correspondía a otro tiempo, cuando la vida y la libertad tenían valor…cuando Europa aún no era musulmana.
Ahora sabía que nada de eso se podía recuperar. Por el sur llegó el nuevo tiempo a la grupa de un caballo desbocado por el odio y el hambre de poder. Después de la invasión, todo se hundió bajo las llamas y el terror. Las banderas negras se izaron sobre toneladas de ruinas. Cualquier vestigio de la civilización occidental fue borrado a sangre y fuego. La Yihad arrasó todo a su paso como un tsunami aterrador y cambió el rumbo de la Historia para siempre.
Sobrevivir a las sangrientas batallas podría considerarse una suerte, pero ella maldecía cada día y cada hora de su vida, reducida a la condición de vulgar hembra en un harén, sin derecho a la más mínima dignidad.
Respiraba con dificultad, oprimido el pecho por el sufrimiento sin esperanza, y su único objetivo era encontrar algún día la forma de acabar con su vida. Sabía que al otro lado solo habría oscuridad y era inútil rogar a los dioses. El dios de ellos alentaba a la cruel barbarie y el suyo la había abandonado hacía mucho tiempo.
Solo esperaba el momento de morir matando…de volar en mil pedazos, pero en compañía de unos cuantos de aquellos monstruos…Solo era cuestión de tiempo…
Sin duda, gente con un torrente de inspiración maravilloso. Disfruten con su lectura como hemos disfrutado nosotros.
Muchas gracias.
Saludos.